lunes, 21 de abril de 2014

Perderlos.

Mi madre siempre me lo ha dicho. Algunos amigos no son para siempre. Unos simplemente te van a acompañar por corto tiempo y se irán, porque así tiene que ser. Pero nunca hablo de cómo dolía que se fueran. De cómo dolía que sigas viéndolos en la escuela y ellos estén con otros chicos, llamándolos "mejores amigos" cuando ellos te llamaban así hace dos años. Nunca me hablo de ese dolor.
Porque no entiendo como alguien puede decir que son una familia y que pase un verano y ya no sean nada. Que tú siempre has querido pertenecer a un grupo así, simplemente pertenecer.
Ni siquiera lo hago ahora. Y es...feo.
No tengo a nadie realmente cercano. Siempre fui la que sobraba. Y uno va perdiendo las esperanzas. Uno se acostumbra a ese papel.
Es como estar en una estación, viendo los trenes ir y venir, platicando con los que esperan al siguiente tren junto a ti y entonces, el tren llega y ellos se van. Y tú te quedas ahí. Nunca subes a un tren porque todos van llenos. Siempre esperando uno con pocos pasajeros. O uno vacío.
Y entonces, estás en la escuela y te encuentras con uno de esos que eran de la "familia" y lo saludas normalmente y te voltean la cara.
Es horrible.
Y te acostumbras.
Y entonces, recuerdas esos 8 años con ellos y no sabes que paso. Si, que todos maduran, cambian.
Pero, ¡por favor! No saben como duele tragarse el nudo en la garganta, sentir la picazón de las lágrimas pidiendo escapar. Sentir que no eres suficiente. Que tu papel es ese. Dar todo por un grupo y al final no recibir casi nada.
...
Y en este momento de mi vida estoy en un tren algo lleno. Haciéndome un huequito entre tanto pasajero. Esperando con ellos, deseando que el viaje no acabe.

Son buenos pasajeros, no quiero que acabe.

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