jueves, 24 de abril de 2014

El libro la rompió.

La vi pasar las hojas, vi sus ojos beber las palabras, vi su mente creando los escenarios que le describían esas letras.
Vi sus manos sostener delicadamente ese mundo plasmado en palabras, vi como se olvidaba de todo su alrededor y se adentraba en ese maravilloso mundo que tenía entre sus dedos.
Vi como los ojos comenzaban a escocerle, como las lágrimas caían por sus mejillas y morían en su barbilla, vi a algunas de ellas morir en sus labios.
Aún así ella siguió leyendo, pasándose el dorso de la mano por los ojos para detener las lágrimas, su pecho subía y bajaba rápidamente y aún así no dejo de leer.
Sentí su dolor, sentí el dolor de los personajes, sentí la historia.
Ella devoraba rápidamente las páginas, las lágrimas nunca dejaron de caer por sus mejillas.
Y entonces, se acabó.
No había más páginas.
Se rompió.
Y ella se volvió añicos.
Temblores gobernaban su cuerpo, se encorvo y cubrió su boca y las lágrimas eran ríos.
Me acerqué a ella.
La rodee con mis brazos y se apoyo en mi.
Nunca la había visto más hermosa.


« Quise decirle muchas cosas a la ladrona de libros, sobre la belleza y la crueldad, pero ¿qué podía contarle sobre todo eso que ella no supiera? Quise explicarle que no dejo de sobreestimar e infravalorar a la raza humana, que pocas veces me limito únicamente a valorarla. Quise preguntarle cómo un mismo hecho pude ser espléndido y terrible a la vez, y una misma palabra, dura y sublime. Sin embargo, no abrí la boca. Sólo conseguí hablar para confiarle a Liesel Meminger la única verdad mía. Se lo dije a la ladrona de libros, y ahora te lo digo a ti.


ÚLTIMA NOTA DE LA NARRADORA
Los humanos me acechan. »

No hay comentarios:

Publicar un comentario