Medía su vida en amaneceres, en veranos y atardeceres. Repartía su corazón en cada carta no enviada. Era una de esas personas que sonreía aunque no fuera para una fotografía. Me gustaba verla jugar en la arena. Como una chiquilla el primer día de verano.
Me gustaba acariciar sus mejillas y besarle los hoyuelos.
Escucharla tararear cuando creía que no le prestaba atención. Amaba abrazarla y esconder la cara en el hueco entre su hombro y su cuello.
Me gustaba que su cintura no fuera delgada como el de las chicas en las revistas ni que sus piernas fueran largas y perfectas. Me gustaba que no fuera delgada como la sociedad lo dictaba. Porque ella era perfecta a mis ojos. Cuando ella reía y se escondía entre mis brazos.
Ella me daba la mano y no hacía falta más.
Que sus abrazos eran de esos que aunque te marcharas no te soltaban.
Y sus besos eran como volver a casa durante una tormenta, cambiarse la ropa mojada a una cómoda y seca y acurrucarse junto a la chimenea.
Creo que la extrañaría incluso si nunca nos hubiésemos conocido.
Era una de esas personas que te alegra, no sólo el día, si no toda la vida.
Era mi persona preferida en el mundo.
Y la miraba a los ojos y era como si todo estuviese en su lugar.
Y entonces, se acabó.
Y para mí era como un trozo de mi vida que me arrancaron sin pedírmelo y deprisa.
Y que no me alcanzaron los abrazos para retenerla a mi lado un poco más.
Y entendí que la vida no es eterna, pero que todos los recuerdos sí.
Que, algunas veces, no sólo los malos recuerdos te ponen tristes. También los felices lo hacen, porque sabemos que no volverán a suceder.
Porque cuando realmente eres feliz, es tan fácil encontrar lo bueno y sólo centrarse en ello.
Me dijeron que los "nunca" y "para siempre" no existen.
Pero en este caso si existían.
Nunca regresaría. Y para siempre la amaría.
"Si pudiera volver a escuchar su risa,
la guardaría
para dejarla sonar
cuando el silencio cruce la soledad."
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