Olía a cigarros, era lo primero que noté. Me di la vuelta y vi a ese chico. Alto, delgado, moreno con cabello negro y corto.
Era como verlo de espaldas.
Pero en realidad no era él.
No había sido realmente él por un largo tiempo.
Los demonios suelen hacer eso, suelen desaparecerte.
No era que estuviera delgado porque hacía ejercicio o por su metabolismo, no.
Era de eso que abusaba para callar todo lo que estaba en su cabeza.
Eso en lo que estaba sumergido.
Siempre olía a cigarros, es por eso que ahora pienso en él cada que veo a un chico fumando.
No lo he visto en meses, pero sé que se está recuperando. Todos contamos los días que faltan para agosto.
Es difícil, la situación es difícil.
Y la admiro, por lo fuerte que está siendo, pero tengo miedo de que todo el estrés de estos chicos la agoten. Porque lo están haciendo y es horrible.
Es horrible porque a mi abuela también la agotaron tantos años, a su hija también. Y a veces las personas no son lo suficientemente fuertes para soportar tanto y el cuerpo comienza a fallar.
Tengo miedo de eso.
Los demonios se enfrentan, se pelea contra ellos con uñas y dientes.
Se enfrentan cara a cara.
Y sé que los está enfrentando, está ganando y eso es lo que cuenta.
Crecí con ese chico.
Jugué con él, discutí, me agarré a golpes, fui a la playa, al parque, pasábamos los fines de semana jugando Mario Kart o con mi tío mojandonos con la manguera.
Ese chico va a ganar.
Y todos vamos a estar jodidamente orgullosos de eso.
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