jueves, 7 de diciembre de 2017

fahrenheit 451

Y a pesar de todo, me sigue encantando cuando sonríe. Sigo bebiendo de su rostro cual hombre privado de agua cuando el rostro se le ilumina y se le pintan los grandes hoyuelos y las arruguitas en las esquinas de los ojos.
Cuando se ríe y los hombros se le sacuden, dejándome embobado.

Su voz me sigue dejando paralizado, su cuerpo alto aún me sigue provocando inmensas ganas de acurrucarme a su lado, de amarrar su cintura con mis brazos, de quedarme incrustado en la calidez de su cuerpo y más cuando usa ese suéter, dándole la apariencia de un hogar.

Y su cabello siempre un nido de pájaros, me pican los dedos por volver a enredarlos en sus mechones. De peinarle y despeinarle, de darle tirones cuando se reía a mi costa.

Cuando enredaba su brazo derecho en mi brazo izquierdo, mientras estábamos sentados en el suelo y recostaba su cabeza en mi hombro. Y me contaba como le dolía el corazón por ella y que le aconsejara.

Aún disfruto de como el corazón se me partió cuando llegó ese día y él le dio ese libro por su cumpleaños, ese libro del que tanto me hablo y que parece que yo ya lo había releído tantas veces como él. Ese libro que le hizo amar la lectura y que encontró en una tienda de segunda pero fue como encontrar un tesoro sin necesidad de mapa.

Ese libro que le dio y que en la primera hoja tenía su corazón, justo debajo del título. Ahí estaba, latiendo, sangrando. Pero no se pueden forzar las cosas y ella tomó el libro, pero le devolvió el corazón.

Aún sigo anhelando volver a estrujarle el cuerpo, de sentir como le retumba el pecho cuando se ríe o de colgarme de su calor cuando me tomaba de la mano.

Todo fue por entregarle su corazón, sin tomar en cuenta que yo le estaba entregando un poco del mío, habiendo una gran diferencia.

Él nunca supo de ese trozo de mi corazón y a consecuencia de eso, no me lo ha devuelto.

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