Era inmenso, todo el cielo nocturno se extendía sobre nosotros. Estaba despejado, la luna en lo alto y las estrellas a su alrededor, detuve mi andar y metí mis manos en la bolsa de mi suéter, respiré hondo.
Era increíble estar debajo de un espectáculo así, de poder ver las estrellas con tal claridad, de sentir el viento helado golpear mis mejillas y de ver las fogatas que las familias habían comenzado.
Los murmullos, el olor a chocolate caliente y el sabor de los malvaviscos derretidos en las puntas de los dedos, la luz de la luna iluminando el campo abierto entre las casas de campaña y el tímido sonido de las olas del mar.
La noche había caído lentamente, la luna rojiza abriéndose paso desde el horizonte, alzándose poco a poco, se veía enorme, majestuosa. Las familias se reunían a la orilla del mar, los niños alzaban sus manos y parecían que la rosaban con sus dedos, parecía importante que pudieran experimentar algo así en una casi jungla de asfalto.
Las mesas estaban llenas de cartas, de monedas de un peso, de personas gritando "¡Lotería!", de los sonidos de los manotazos cuando alguien gritaba "¡Cinco!" y dicha carta salía, de personas que no querían parpadear por temor de perderse un minuto de esta pequeña paz que vivían.
Las personas cantaban, tocaban la guitarra, se reían y se burlaban entre ellas, los pequeños caían rendidos después de pasar el día bajo el sol y en el mar tornando su piel dorada y salada.
Era detenerse y pensar, mientras trataba de absorber toda la vida que estaba pasando en ese lugar, que estos momentos son los que importan, esa libertad no se encuentra en cualquier lugar, que debajo de ese cielo despejado y estrellado estábamos experimentando un tipo de felicidad que solo se da contadas veces en la vida.
Espero logres sentirlo alguna vez.
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