martes, 14 de marzo de 2017

Heaven can wait we're only watching the skies.

Era como volver en el tiempo, nosotros dos, pasando la tarde y viendo el Sol morir. Se sentía lo mismo, sentíamos el alivio de volver a esos vicios. Éramos diferentes personas, lo somos. Pero había algo, era como si pudiera sentirme infinito de nuevo, mientras reíamos a carcajadas y nos contábamos todas esas cosas que habían pasado en nuestras vidas después de no vernos en un tiempo.
Era como si nada hubiera cambiado pero al mismo tiempo todo era distinto. Y se siente bien volver a escribir sobre tardes así, sentirme con ganas de escribir y no solo llegar a casa y sumergirme en ese mar gris que es mi mente.

El Sol moría y lo enterrábamamos entre risas y el humo de los cigarros, entre las arrugas que se te hacían en las esquinas de los ojos al sonreír o en los hoyuelos de mis mejillas. Nos dolía el estómago de felicidad y no por las heridas emocionales, recordábamos aquél verano en el que pensábamos que nunca moriríamos, que soñábamos con edificios altos y carreteras sin final. Las tardes en mi casa mirando películas, bebiendo el alcohol de mis padres a escondidas y dejándonos la garganta cantando Forever Young en mi cama. De aquellos primeros cigarros, de las mentiras y escapadas, de las emociones nuevas y las tardes calurosas, de llamadas sin final y los sueños imposibles.

Necesitaba eso, necesitaba volver a sentirme así. Porque los últimos meses fueron peleas en mi mente, el fluctuar(?) de un género a otro y no poder hablar con nadie sobre eso, los corazones espinados y jugar a las escondidas donde en lugar de buscarse solo se esconden para estar juntos. La situación en casa y los tiempos difíciles, necesitaba volver a aruñar el sentimiento de ser infinito. Es como inyectarme emoción en las venas, todo lo que puedo ver en mi mente es el atardecer y a nosotros riendo, sentados en el suelo, ella junto a mí con las piernas recogidas contra su pecho y el cigarrillo colgando de sus dedos, yo con las piernas estiradas y nuestras espaldas recargadas en la pared con nuestros hombros rozándose. Era mi mejor amiga. A pesar de lo idiota que puede ser, de que solo cae por estúpidos y yo la ingenua con espinas en el corazón.

Esto era lo que necesitaba, sentirme un poco viva. Regresar a casa por esas calles ya a oscuras, tratando de deshacernos del olor a cigarro, con la luz de las farolas tratando de encontrarnos. Era viajar en el tiempo, pateando piedras con nuestros Converse e ir recordando momentos vergonzosos y reírnos de lo idiotas que éramos y aún somos.
La brisa fresca y las calles oscuras, las risas y volverse a encontrar con ese sentimiento de ser eterno y por primera vez, recordar el verano sin odio, fue algo que creí que no recuperaría.

No hay comentarios:

Publicar un comentario