Escucharla contar historias de cuando era pequeña, de los veranos cuando iba a Los Cabos, del mar, de los barcos japoneses que llegaban a la costa y esa vez que apostaron haber quien se cansaba en nadar más rápido y cuando se dio cuenta estaba tan lejos de la orilla que sus amigas se veían como hormigas.
Tomar café en ese pequeño pueblo fantasma, con el viento meciendo los árboles y el sol calentándome el corazón. Ir a bañarnos con la familia y sentir el viento erizándome la piel y ver como movía las palmeras. Recordarla a ella, recordar que también recorría esos caminos, que también estuvo sentada en ese pequeño café.
Fue mis huellas en la arena, labios salados y piel dorada. El fondo del mar y el cielo despejado. Ver el sol entre las ramas de los árboles, la lluvia mojándome el cabello, fotografías sin miedo y atardeceres tristes.
Tomar café en ese pequeño pueblo fantasma, con el viento meciendo los árboles y el sol calentándome el corazón. Ir a bañarnos con la familia y sentir el viento erizándome la piel y ver como movía las palmeras. Recordarla a ella, recordar que también recorría esos caminos, que también estuvo sentada en ese pequeño café.
Fue mis huellas en la arena, labios salados y piel dorada. El fondo del mar y el cielo despejado. Ver el sol entre las ramas de los árboles, la lluvia mojándome el cabello, fotografías sin miedo y atardeceres tristes.
Fue una de las pocas veces que desee que el verano fuera eterno.
28/08/16