sábado, 18 de febrero de 2017

El verano interminable.

Mi verano fue carretera. Fue el sol en mi piel y las nubes sobre las montañas. Fue la sala de un cine y el asiento de un auto. Fueron pequeños pueblos cercanos a la ciudad y calles desconocidas. Fue lluvia cayendo por el parabrisas. Fue el verde fuerte que había en los árboles por la lluvia. Quería quedarme en esas carreteras por siempre, mirando el atardecer pintar el cielo de dorado.

Escucharla contar historias de cuando era pequeña, de los veranos cuando iba a Los Cabos, del mar, de los barcos japoneses que llegaban a la costa y esa vez que apostaron haber quien se cansaba en nadar más rápido y cuando se dio cuenta estaba tan lejos de la orilla que sus amigas se veían como hormigas.

 Tomar café en ese pequeño pueblo fantasma, con el viento meciendo los árboles y el sol calentándome el corazón. Ir a bañarnos con la familia y sentir el viento erizándome la piel y ver como movía las palmeras. Recordarla a ella, recordar que también recorría esos caminos, que también estuvo sentada en ese pequeño café.



Fue mis huellas en la arena, labios salados y piel dorada. El fondo del mar y el cielo despejado. Ver el sol entre las ramas de los árboles, la lluvia mojándome el cabello, fotografías sin miedo y atardeceres tristes. 

Fue una de las pocas veces que desee que el verano fuera eterno.
28/08/16 

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