Ven, me dijo y me tomó de la mano, levantándonos de la banca.
Me llevo a la cancha, estaba oscura como boca de lobo y el corazón me latía en los oídos. Había sido una buena tarde, pude estar con ella y sostener un poco su mano. Me presentó como algo más que su amiga y sentí que todo estaba avanzando. Que estaba dejando atrás todo lo malo.
Dejo su mochila en las gradas, seguí mi camino hasta donde topaba la grada con la pared y me senté, deje mi bolso en una grada más arriba y recosté mi espalda contra la pared, mirándola.
La luz amarillenta de la lámpara alcanzaba a alumbrar un poco la esquina en la que yo estaba, le miré acercarse y sentarse frente a mí, las manos me sudaban y el corazón me latía fuertemente. Sabía a que habíamos venido.
Los párpados me pesaban por el sueño pero quería seguir ahí, quería seguir con ella. Se inclino y cerré los ojos. Fue rápido y se separó. Se acercó un poco más y volvió a inclinarse, en repetidas ocasiones. Poco a poco, presionando cada vez más tiempo.
Me robaba el aliento, el sentido. El corazón estaba en maratón pero me sentía tranquila. Con ella sentía calma.
Mordí su pequeño labio regordete, le besé la punta de la nariz, los párpados, la frente, ambas mejillas y la barbilla. Y reía, reía como niña pequeña.
Me daba besos esquimales y de los labios se me escapaban los suspiros y las sonrisas. Sentada sobre mí con cada una de sus piernas al lado de mi caderas, y rozando nuestros labios. Con los ojos cerrados y pensando en que podía quedarme ahí por siempre.
Sus manos en mi espalda, al rededor de mi cuello o tomando mi cabello. Con las mías en su cintura o en sus mejillas. Con esas horas que parecían segundos.
Le besé, le besé hasta que pensé que moriría haciendo eso. Le besé en la oscuridad, en la luz. Ahora no había polvo de hada, no había vino y bombones. Era algo mucho mejor. Había música y había fiesta, pero no estaba Irma salvándome porque con ella no lo necesitaba, con ella me entregaba en bandeja de plata.
Vino y bombones estaba por ahí, le había visto mirándonos pero eso estaba atrás. Ya no dolía y yo estaba feliz de que aquella chica que siempre le había gustado, le correspondiera.
Me separé de ella y le miré a través de mis pestañas, tenía el cabello desordenado y un mechón le caía en el rostro, mi teléfono sonaba y sabía que era hora de irnos. Hizo un puchero y me reí bajito. Tenemos que ir, le dije tomando mi bolso. Tomo sus cosas y nos fuimos, volviendo con los demás.
La luna y las estrellas siendo cómplices de todo.
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