miércoles, 30 de noviembre de 2016

Otro otoño más.

Las 2 am.
Los ojos me pesan y sé que mañana estaré muerta en clases pero es un otoño triste. 
Y me siento mal, porque es otro día común y corriente, porque tuve que quedarme en la escuela hasta las 4 pm por un trabajo y solo atiné a llegar a casa y dormir hasta la noche. 
Odio que el mundo me cambié así, que la escuela me haga sentirme así en un día en que debería sentirme feliz.
Siento que ellos ganan, que el estrés y la presión me están quitando una parte de mí. 

Extraño el aire frío entrando por mi ventana, las letras de Yellow o alguna otra canción de Coldplay chocando contra las paredes.
Las luces de navidad iluminando la habitación. Extraño ese sentimiento de eternidad. 
El corazón me pesa. Y la cabeza solo me da vueltas pensando en el trabajo que tengo que hacer.
Dieron las doce y otro otoño más. Solo otro más. 

Pienso que es curioso que de pequeña creía que nunca llegaría a ésta edad, que pasaría algo que me borraría de la faz de la Tierra, a la vez pensaba que tendría tiempo de arreglar todo lo que era (soy).
Y ahora estoy aquí, sentada en esta habitación que ya no es mía. Con el corazón desgarrado y con mis muros en su lugar pero con mi cabeza en las estrellas.

Tal vez el próximo otoño. Tal vez. 


martes, 22 de noviembre de 2016

De películas y finales tristes.

Y siempre he sido fan de los finales tristes, trágicos, abiertos, porque sé que la vida no es como en las películas. Cuando el villano se mete en la relación de los protagonistas y se separan, la mayoría de las veces éstos no vuelven a estar juntos. A veces se lastiman tanto, a veces hay tanto daño que es imposible estar juntos aunque por dentro sus almas se retuerzan.

Una gran parte de mí cree que así es como acaba la vida. No con la persona que más amaste, pero sí con una persona que te hace sentir feliz.

Tengo miedo de que mi vida sea como esas películas donde los protagonistas no pueden estar juntos o que lo están pero todo se vuelve en contra de ellos, los padres, los amigos, la sociedad sobre todo. Donde los protagonistas no tienen más remedio que separarse aunque les duela la existencia, que dentro de su cabeza no paran de gritar "No es justo, no es justo, no es justo"-porque si amas a alguien y ese alguien te ama, deberías poder estar con esa persona-, donde pasan los años pero siempre recuerdan al otro, lo que pudo haber pasado y como cada persona que amaron, siempre estuvieron un poco bajo la sombra del amor que se tuvieron. Donde envejecen y le cuentan a sus hijos, nietos o a otra persona sobre ese amor que nunca pudo ser o que lo fue pero efímero.

Duele, duele ahora porque tengo miedo de que así sea el final de esto, de que aunque soy joven esto me duela en una parte de mí para siempre.  Porque las personas siempre duelen, sigan en tu vida o no. Y me enoja no poder estar a su lado, porque la vida es tan corta, porque se va como agua entre tus dedos. Pero el mundo no es justo, es algo que ya sabemos todos.

viernes, 18 de noviembre de 2016

Luces amarillas y labios rosas.

Ven, me dijo y me tomó de la mano, levantándonos de la banca.

Me llevo a la cancha, estaba oscura como boca de lobo y el corazón me latía en los oídos. Había sido una buena tarde, pude estar con ella y sostener un poco su mano. Me presentó como algo más que su amiga y sentí que todo estaba avanzando. Que estaba dejando atrás todo lo malo.

Dejo su mochila en las gradas, seguí mi camino hasta donde topaba la grada con la pared y me senté, deje mi bolso en una grada más arriba y recosté mi espalda contra la pared, mirándola.

La luz amarillenta de la lámpara alcanzaba a alumbrar un poco la esquina en la que yo estaba, le miré acercarse y sentarse frente a mí, las manos me sudaban y el corazón me latía fuertemente. Sabía a que habíamos venido.

Los párpados me pesaban por el sueño pero quería seguir ahí, quería seguir con ella. Se inclino y cerré los ojos. Fue rápido y se separó. Se acercó un poco más y volvió a inclinarse, en repetidas ocasiones. Poco a poco, presionando cada vez más tiempo.
Me robaba el aliento, el sentido. El corazón estaba en maratón pero me sentía tranquila. Con ella sentía calma.

Mordí su pequeño labio regordete, le besé la punta de la nariz, los párpados, la frente, ambas mejillas y la barbilla. Y reía, reía como niña pequeña.
Me daba besos esquimales y de los labios se me escapaban los suspiros y las sonrisas. Sentada sobre mí con cada una de sus piernas al lado de mi caderas, y rozando nuestros labios. Con los ojos cerrados y pensando en que podía quedarme ahí por siempre.

Sus manos en mi espalda, al rededor de mi cuello o tomando mi cabello. Con las mías en su cintura o en sus mejillas. Con esas horas que parecían segundos.

Le besé, le besé hasta que pensé que moriría haciendo eso. Le besé en la oscuridad, en la luz. Ahora no había polvo de hada, no había vino y bombones. Era algo mucho mejor. Había música y había fiesta, pero no estaba Irma salvándome porque con ella no lo necesitaba, con ella me entregaba en bandeja de plata.

Vino y bombones estaba por ahí, le había visto mirándonos pero eso estaba atrás. Ya no dolía y yo estaba feliz de que aquella chica que siempre le había gustado, le correspondiera.

Me separé de ella y le miré a través de mis pestañas, tenía el cabello desordenado y un mechón le caía en el rostro, mi teléfono sonaba y sabía que era hora de irnos. Hizo un puchero y me reí bajito. Tenemos que ir, le dije tomando mi bolso. Tomo sus cosas y nos fuimos, volviendo con los demás.

La luna y las estrellas siendo cómplices de todo.