Fueron veranos muy solitarios.
Cuando volvió, habíamos cambiado demasiado, crecimos más allá de nuestra propia burbuja y éramos personas con nuevas distracciones, nuevos recuerdos y nuevas heridas. No nos tomó mucho para volver a descubrirnos, porque en el fondo, seguíamos siendo las mismas personas que cantaban Forever Young de Alphaville a todo pulmón y bailando al rededor de toda la habitación.
Somos la constante de la vida de la otra, sin importar nada, sin importar el tiempo.
No era sorpresa que las ansias de escapar volvieran en algún momento, solo que ya no coincidíamos. El deseo de irse se convirtió en algo un poco personal, cada quien por motivos y momentos diferentes, realmente no hablábamos de eso, supongo que porque ahora somos mayores y sabemos cuánto costaría irnos tan siquiera por unas horas.
Pero lo hablamos, hablamos de tomar el auto, empacar un par de cosas y tomar la carretera un fin de semana. Tratar de dejar en casa esas emociones y esos pensamientos que nos clavan las garras cuando bajamos la guardia. Recorrer los pueblos mágicos y poder volver a sentir que somos infinitos sin necesitar alcohol ni cigarrillos para calmar el ardor de las heridas que se reabren cada cierto tiempo.
Poder ver el cielo y contar estrellas, verlas hasta marearnos y sentirnos insignificantes.
"Podemos hacerlo en invierno" le dije.
Pero hoy tomamos las mochilas, tomé el ukulele, las llaves y lo poco que me quedaba de una botella, caminamos hasta la playa que queda cerca, nos arremangamos los jeans y nos sentamos entre las rocas, dejamos los vans junto a las mochilas y sumergimos los pies mientras veíamos el sol comenzar a esconderse. Porque los atardeceres en verano son unos de los placeres de la vida.
Fumó un par de cigarros, toqué un par de canciones, disfrutábamos de la brisa que resultaba extraña para ser un día de verano y sobre todo en nuestra ciudad. Después que la playa comenzó a vaciarse y las casas comenzaron a encender las luces, nos levantamos de las rocas y caminamos un poco hasta encontrar un lugar perfecto en la arena.
Sacamos la botella, tomamos un par de tragos, solo lo suficiente para adormecernos un poco los pensamientos. Fingir que no teníamos que regresar a casa por un tiempo, mientras escuchábamos las olas y veíamos el cielo teñirse de rojizo.
"Eres mi mejor amiga, ¿sabes?" dijo.
Y sonreí. "Lo sé, tú eres la mía".
Guardamos nuestras cosas, el cielo estaba oscuro, quedaban un par de personas con una guitarra y comenzamos a regresar a casa.