domingo, 6 de mayo de 2018

Carreteras. II

Me pican las manos por irme,
tomar las llaves,
un suéter,
el ukulele.
Dejar el teléfono sobre la mesa,
dejar los problemas encerrados en el baño llorando,
dejar las botellas escondidas en los cajones donde deben estar
y la cajetilla de cigarros completa escondida entre ese cuaderno y el álbum de fotos.

Tomar el auto y conducir,
conducir tan jodidamente lejos,
ir a los pueblos mágicos y sentir el frío que no hace en la ciudad.
Conducir y dejar que la piel se me vuelva un rojo atardecer.
Tomar esas carreteras, mientras el cielo se tiñe de dorado, rosa, naranja, morado.

Tomar un descanso a un lado de la carretera
y tratar de ver el punto donde el cielo y el mar se tocan.
Ver los delfines saltar en mar abierto,
las montañas cubiertas de verde, los pueblos fantasmas,
tomar café frente a esa iglesia,
justo donde ella solía tomarlo cuando recorría esas mismas carreteras.

Y sentir libertad,
sentir que nada puede alcanzarme o ahogarme,
sentir que la piel se me eriza
y fingir que esos sentimientos
no están esperándome en casa con una luz encendida.

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