domingo, 24 de abril de 2016

La obra que hizo magia.

Eran las 2 de la mañana, estaba frente a la computadora escribiendo, me apartaba los mechones de mi cabello que se habían escapado de mi coleta, tomé la lata de Red Bull que había a mi derecha y le di un trago, uno grande. Tenía que terminar esto para mañana pero apenas llevaba 5 hojas y la obra aún no iba ni por la mitad.
Tenía toda la historia desarrollada en mi cabeza, gracias a B y L, sabía como acabarla, pero los diálogos nunca fueron mi fuerte.
El único ruido en la habitación era el de mis dedos golpeando contra las teclas, todos en la casa estaban dormidos, soñando con otros mundos mientras yo inventaba uno nuevo en un documento de Word.
Era fascinante volver a sentirme así, volver a sentir que lo que escribía no era una mierda quejosa, estaba adentrada en esa historia, tanto que tenía miedo de tomar un pequeño descanso y que toda la historia se evaporara de mi mente y tuviera un bloqueo.

Eran las 3 am, llevaba 8 hojas, apenas, moví mis hombros en círculos y mi cabeza de lado a lado, la lata de Red Bull estaba vacía ahora pero la historia sigue ahí, esperando a que juegue con su destino, que lo hile entre mis dedos.

Era raro que todo fluyera, no sé si sería por la cafeína o porque tenía tantas letras guardadas en mi interior por no escribir en tanto tiempo. No me importaba, yo hilaba e hilaba.

12 páginas. Apenas.
Pero mi hilo se acabó, la historia había llegado a su fin, puse el punto final y tan-tan. 
Lo había hecho, sentía que era la mejor -tal vez no la mejor, pero algo parecido- historia que había escrito.
Eran las 5 am y la alarma sonaría en 20 minutos.

Iba a estar muerta en clases, pero había valido la pena. Me devolvió las ganas de escribir, aunque solo haya sido un trabajo, pero lo hizo. Me devolvió aquí.

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