Nunca me ha gustado mi ciudad. Nunca.
Demasiadas playas, demasiado calor y mucho Sol a todas horas, todos los días, y las nubes parecen extintas. Hay días en los que sientes la necesidad de sacarte toda la ropa para sentir un poco de aire.
Y es que a mi me gusta la lluvia, los días nublados, los parques, el frío, los tés y los cafés y arroparme.
Mi ciudad y yo chocamos mucho.
Y entonces, llega el atardecer. Llegan los días en que el calor no es excesivo y el Sol no parece odiarme y el aire sopla lo necesario y hay un ligero olor a mar por toda la ciudad.
Días en que las olas chocan contra las rocas y el cielo esta teñido de morado, rosa, azul y un montón de colores. Los cafés del malecón están llenos, las heladerías con chiquillos riendo, parejas caminando a lo largo de la playa, personas viniendo de aquí para allá, turistas tomando fotografías de las esculturas, los chicos en patineta, chicas haciendo pulseras con conchas o pintando, personas en bicicleta, niños corriendo por todos lados.
Y entonces, mi ciudad y yo nos entendemos.
Es entonces cuando dejo de querer irme de aquí, dejo de odiar ciertas cosas de esta vida, dejo de pensar que mis sueños son solo sueños, dejo de sentirme mal. Y el querer sentirme infinita llega, llegan las sonrisas entre lágrimas, risas nerviosas entre abrazos largos y que se sienten correctos, ese tipo de abrazos que te hacen cerrar los ojos y sentirte segura, y creo que mis sueños se van a hacer realidad y que tengo todo el tiempo del mundo para realizarlos, me siento bien contigo misma y me creo capaz de hacer todo, quiero aprovechar cada momento, cada segundo, y de repente, se acaba.
De repente el Sol se esconde por completo y el cielo se cubre de un azul rey, de repente aparecen las estrellas y solo quedan las ganas de llorar, la actividad en el malecón disminuye y los bares comienzan a ganar gente, el viento comienza a soplar fuerte y las olas chocan furiosas contra la costa.
Y me sientes capaz de ir al infierno sólo para conseguir otra dosis de ese sentimiento de felicidad.
Pero la noche está bien, y siempre ruego por tener otro día de esos.
Y solo por eso me gusta el verano.
Solo por esos días, las ganas de llorar y el miedo, dejan de importarme.
Porque tengo mucho miedo del verano, tengo miedo de volver a lo que era, miedo del olvido.
Porque el verano significa cambios y olvido.
Y a veces, es un buen miedo. Otras no.
Dejaré unas fotos sobre mi ciudad, no serán las mejores, pero son tomadas cuando dejo de chocar con ella.