Cuando nos escapábamos al centro desde temprano, tomábamos café, un licuado o desayunábamos en algún pequeño restaurante con lo poco que ahorrábamos durante la semana, me acuerdo de la emoción de ir tan temprano cuando todos los demás estaban en clase o trabajando.
Comenzaba a hacer frío, siendo apenas noviembre, el sol no lastimaba tanto y había ferias de libro por todos lados. Llevábamos suéter, recorrimos todo el centro, entramos a tiendas, vi el libro que querías y por el cual pensaba regresar después, había pasado tu cumpleaños hace unos días y no sabía que darte.
Me acuerdo de sentarnos en la barra detrás del kiosko en el malecón, de ver el mar y el cielo despejado, tú a mi lado con tu cajetilla y el encendedor azul cielo que tanto me gustaba, yo riéndome porque el viento no te dejaba encender el cigarro mientras nos alborotaba el cabello.
Me acuerdo de abrir los submarinos de fresa que compraste en la tienda antes de subir al camión cuando salimos de casa, de compartirlos y pensar que no había nada mejor que eso.
Han pasado 334 días desde aquella vez, desde esa mañana frente al mar, con tus cigarros y los submarinos.
Una vez dijiste que nos extrañabas, ¿qué pasa cuándo ahora parece que soy solo yo quién lo hace?
